Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 15 de junio de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Silvela
Número y páginas del Diario de Sesiones: 140, 4242-4245
Tema: Historia de la crisis pasada y propósitos del nuevo Ministerio y muerte del Emperador de Alemania

El Sr. Silvela no quería entrar en un debate a la manera de los que motivan la contestación al mensaje de la Corona, y realmente ha hecho otra cosa S.S.; porque lo que el Sr. Silvela ha hecho ha sido un discurso de mensaje de la Corona y de totalidad de la política del Gobierno.

Yo quisiera estar hoy en aptitud de contestar a S.S. en ese mismo sentido, considerando la política general del Gobierno que S.S. tanto ha combatido en frente de la política del partido conservador, para exponer los resultados obtenidos por la política del partido liberal en frente de los que se hubieran alcanzado con la política del partido conservador. Pero ni las fuerzas me sobran hoy para entrar en una batalla formal con S.S. sobre este punto, porque llevo muchas horas de cansancio, ni me parece que sea esto del caso en una discusión como la presente.

Mas sea de esto lo que quiera, me propongo no desperdigar otra ocasión que se me presente; yo le prometo al Sr. Silvela entrar un día oportunamente en este debate, esperando que no ha de salir de él bien librada la política del partido conservador, en frente de la que S.S. ha censurado, en frente de la política del partido liberal.

Porque es singular; el Sr. Silvela nos ha pintado, al final de su discurso, el cuadro tristísimo de lo que aquí puede ocurrir, porque el Gobierno no aprovecha los instantes favorables en que se encuentra el país, porque no aprovecha el desarme general de los partidos extremos, porque no aprovecha el estado bonancible de los ánimos en este momento para los fines que ha indicado S.S. y que no me propongo discutir ahora; pero, entre tanto, permitido me ha de ser preguntarle al Sr. Silvela: ¿a qué se debe este período bonancible que atraviesa el país? (Muy bien, muy bien). ¿Es que ese período ha surgido espontáneamente, como los hongos? (Risas). ¿Es que en eso no tiene participación alguna la actividad, la energía de la política del Presidente del Consejo de Ministros que S.S. supone que no hace nada? ¡Ah! hace más que haría S.S. con toda su modestia, por mucho que alborote y que truene S.S. (Muy bien, muy bien).

Su señoría mismo declara que el Gobierno no aprovecha el estado bonancible en que el país se encuentra; ¿y para qué quiere S.S. que lo aproveche si no es para lo que está haciendo, para asegurar ese mismo estado bonancible, para afirmarlo y para hacer que el país no vuelva a salir de ese período jamás? ¿O es que el Sr. Silvela pretende que esto se lograría cambiando la política liberal y expansiva, esta política de paz dentro de la libertad, por la política del partido conservador? ¡Ah! entonces en lugar de continuar ese estado bonancible, tenga S.S. la seguridad de que desaparecería y vendrían inmediatamente las calamidades que S.S. supone que pueden venir por un soplo de viento que allá en su mente, imagina S.S. que ha de venir, yo no sé de dónde ni cuándo. Hasta ahora las ráfagas que vienen, son precisamente las contrarias, como lo demuestra, Sres. Diputados, la confianza que en la política española van teniendo los extranjeros, como lo demuestra el crédito del país, jamás, jamás, tan alto, ni tan seguro y firme como se encuentra hoy; como lo demuestran las manifestaciones que todos hemos visto de las Naciones extranjeras en favor de España.

Porque es verdad que la Reina Regente, por sus virtudes y por sus grandes condiciones, se ha hecho merecedora de las demostraciones nunca vistas, de las manifestaciones jamás conocidas en la historia, que por todas partes se le han tributado; pero también es cierto, y es necesario confesarlo, que sin una política expansiva, que no sólo no ha esterilizado esas virtudes y esas grandes cualidades, sino que ha permitido que se manifiesten en todo su esplendor, no hubiéramos llegado a la altura en que las Naciones extranjeras reconocen que se encuentra hoy España, a la que tratan con una consideración con que nunca jamás la trataron. (Muy bien; muy bien. Aprobación).

¿Es posible, Sres. Diputados, que se venga a condenar la política del partido liberal, y sobre todo la parte que pueda tener en ella el Presidente del Consejo, que en concepto de S.S. no hace nada, en los momentos en que pruebas palmarias están demostrando lo contrario? Pues qué, ¿no significa nada para la política general de un país, siquiera todas esas grandes manifestaciones se hayan dirigido a la Reina Regente, el entusiasmo con que ha hecho su visita a las provincias de Aragón, de Cataluña y Valencia, entusiasmo jamás superado y no alterado por el incidente más pequeño, cosa jamás vista en España, y sobre todo, cosa nunca vista durante el mando de los conservadores? (Varios Sres. Diputados de la mayoría: Muy bien, muy bien. -El Sr. Silvela: Siempre. -Rumores en la mayoría).

¡Ah señores! ¿No significa nada esa magnífica manifestación, esa grandiosa manifestación de las Naciones extranjeras en homenaje a la Reina Regente, que por serlo a la Reina Regente lo es a la Nación española, dignamente en la Reina Regente personificada? ¡Ah señores! Setenta y dos buques de guerra, los mayores del mundo. (Rumores en la minoría conservadora. -El Presidente llama al orden a los Sres. Diputados).

¿Es que no os gusta esa manifestación? Setenta y dos buques de guerra, los mayores del mundo, engalanados, vestidos de fiesta, con los marineros en las vergas, atronando los aires con las salvas de la artillería, rindiendo todos los homenajes a la Reina Regente de España; todo eso, ¿no significa nada? Pues eso significa, además del homenaje a las virtudes de la Reina Regente, el respeto a la Nación española, el reconocimiento explícito de que este país ha dejado de ser ya un peligro constante y ha entrado en una marcha política seria y formal; eso significa que la Nación española, por su política, por su crédito y por sus condiciones, merece el respeto y la consideración de todas las demás Naciones. (Aprobación). [4242]

Pero repito que yo no quiero entrar hoy en una lucha de política contra política, a pesar de que bien lo merecía el Sr. Silvela, ya que S.S., sin venir a cuento, se ha empeñado en tratar de la política liberal del Gobierno de una manera poco circunspecta, en mi opinión, aunque lo haya hecho con mucha habilidad y con la intención que siempre distingue a su señoría.

Supone S.S. que la cuestión de la crisis ha sido originada de una manera extraña, y que en ella hay grandes culpas de omisión, y por consiguiente, que es cuestión política, porque se trata de la conducta del Gobierno en una cuestión importante, como es la que surgió durante el viaje de S. M. Yo no sé qué omisiones ha podido haber en este asunto; lo que puedo decir a S.S., que por lo visto tiene conocimiento de documentos que no sé cómo han podido llegar a sus manos, porque no creo que S.S., que tiene tan importante puesto en el partido conservador, haga uso para sus razonamientos y para combatir la política del Gobierno de lo que puedan decir los periódicos y de las noticias que le cuenten en los círculos políticos; lo que yo puedo decir a S.S. es lo siguiente: que el capitán general de Madrid dirigió un telegrama al Sr. Ministro de la Guerra, que estaba en Barcelona, en que le anunció que teniendo un determinado concepto del precepto de las Ordenanzas militares, con arreglo a ese concepto había tomado una resolución, de la cual le daba conocimiento.

Yo no sé a qué hora recibiría el Sr. Ministro de la Guerra este parte telegráfico, porque entonces me parece que estaba yo en una expedición con S. M. la Reina; pero es lo cierto, que cuando volví de aquella, me encontré con ese despacho telegráfico, del que me dio cuenta el Sr. Ministro de la Guerra. Preguntándole yo a este Sr. Ministro, si estaba en lo cierto el general Sr. Martínez Campos, al interpretar como lo hacía la Ordenanza militar, y si era esa la interpretación que debía darse a la Ordenanza, el Sr. Ministro de la Guerra me dijo que no, que él entendía la Ordenanza militar de otro modo, fundado en los artículos que me citó. (Rumores).

Registren SS. SS. las Ordenanzas, ya que parece que las tienen a mano, y háganme el favor de decir qué artículos son esos a que me quería referir. (Risas en la mayoría).

También le pregunté si había precedentes, a lo que me contestó que no existía ninguno que abonara la disposición del general Martínez Campos. Entonces dije: contéstele Vd. que no habiendo precedentes, y estando los artículos de la Ordenanza en contra de su opinión, procede que siga tomando el santo y seña como lo venía haciendo antes, porque lo que conviene sobre todo es que en estos momentos, ni el capitán general de Madrid ni ninguna autoridad creen dificultades al Gobierno.

El Sr. Ministro de la Guerra, puso la contestación al despacho telegráfico del general Martínez Campos, y la respuesta a ese despacho telegráfico fue la dimisión del capitán general de Castilla la Nueva.

Al recibirla hice lo que se hace siempre, lo que hubiera hecho el Sr. Silvela, lo que no puede menos de hacerse: no detenerme a examinar en aquellos momentos si el general Martínez Campos tenía o no razón para hacer lo que hacía, para dimitir; acordarme de que el Gobierno estaba dividido, porque la Reina seguía haciendo aún su visita a las provincias de Cataluña, y de que no convenía crear dificultades al Gobierno, y por esto, en vez de contestar al parte telegráfico, como quizá en otro caso se hubiera contestado, que habría sido admitiendo la dimisión, no teniendo yo como no tenía cifra con el capitán general, y dudando si habría salido de Madrid el Sr. Alonso Martínez, que era el que tenía mi autorización, le puse un telegrama cifrado al Sr. Ministro de Gracia y Justicia, para que se lo comunicara al general Martínez Campos. ¿Y qué decía yo al general Martínez Campos? Pues le decía sencillamente que tuviera calma y que esperara a que todo el Gobierno estuviera en Madrid para resolver la cuestión. ¿Qué tiene esto de particular? Pues de eso hace el Sr. Silvela un arco de iglesia, diciendo que no se le contestó al general Martínez Campos, o que se le contestó lo que no debía contestársele. Se le contestó lo que estaba en la prudencia más vulgar, y la mejor demostración es que el general Martínez Campos dijo que aplazaba toda resolución hasta que estuviese aquí todo el Gobierno.

Llegó la Corte a Madrid y se trató la cuestión en la cual han sobrevenido todos los incidentes de que he hecho mérito al dar cuenta a los Sres. Diputados de la manera como ha venido y del modo como se ha resuelto la crisis.

¿Es esto bastante motivo para tratar al Gobierno de la manera que lo ha hecho el Sr. Silvela, suponiendo que el asunto ha traído estos inconvenientes por aquello de que yo no tengo más política que la de dejar hacer? ¿Qué había de hacer en aquellos momentos? En el instante en que el Gobierno llegó a Madrid, aun sin descansar del viaje, nos ocupamos del asunto, y resolvimos la cuestión como se creyó que convenía en bien de todos.

¿Es que no se ha resuelto a gusto de S.S.? Pues no me pesa, porque no estoy yo aquí para resolver los asuntos a gusto de S.S.; el día que yo crea haber resuelto un asunto a gusto de S.S., creeré que lo he resuelto mal.

El Sr. Silvela ha sacado mucho partido de no sé qué plazo de cincuenta y seis horas que tardaron en venir los telegramas. Debo contestar que no lo sé; porque no estaba yo muy tranquilo en Barcelona para medir el tiempo que mediaba de un telegrama a otro, y mucho menos cuando mi contestación no era de absoluta urgencia, porque, en último resultado, ¿qué había sucedido? que a consecuencia del parte telegráfico del Sr. Ministro de la Guerra su orden estaba en cumplimiento, y que el capitán general había presentado la dimisión, pero a mí no me corría prisa admitírsela.

No había, pues, de abandonar otros quehaceres más importantes al lado de S. M. para contestar con una premura que el asunto no exigía; y no puedo decir más respecto de esas cincuenta y seis horas, o las que sean, porque no tengo aquí los telegramas para hacer la cuenta precisa.

Yo le agradezco mucho al Sr. Silvela la prueba de cariño que me da lamentándose tan a grito herido del desmerecimiento que a mí me ha producido la crisis; y todavía se lo agradezco más porque, por lo visto, va a resultar S.S. más amigo mío que algunos de mis amigos y correligionarios, porque S.S. decía: "Dentro de esa mayoría, unos lamentarán la crisis, y otros la verán con alegría; pero yo soy de los primeros, es decir, de los que la lamentan, porque significa [4243] el desmerecimiento del Sr. Presidente del Consejo". Pues muchas gracias, Sr. Silvela. (Risas. -Algún Sr. Diputado: No ha dicho desmerecimiento, sino desmoronamiento).

Lo mismo da; lo uno es moralmente hablando, y lo otro materialmente, porque lo que es desmoronado no me siento. (Risas). De todas maneras, el Sr. Silvela se equivoca al interpretar los sentimientos de una parte de la mayoría, puede ser que en la mayoría haya alguno a quien le sea indiferente mi desmoronamiento, pero con gusto no lo vería nadie. Esto no quita para que yo agradezca mucho a S.S. el cariño que me demuestra, y puede creer que estoy dispuesto a pagarle con usura siempre que S.S. se encuentre en caso análogo.

Su señoría me ha atribuido varios errores. En la idea de que no tengo otra política que la de dejar hacer, ha supuesto S.S. que yo he dicho que admito todos los gastos que propongan los Sres. Diputados; lo que he afirmado de un modo terminante es, que el Gobierno por su parte cierra en absoluto la puerta a todo aumento de gastos, y he añadido que aun tratándose de gastos respecto de los cuales manifestara el país más gusto en hacer que el Gobierno en pedir, aun en ese caso el Gobierno no aceptaría el aumento sino por la iniciativa de las Cortes. ¿De dónde deduce S.S. que el Gobierno no esté dispuesto a hacer cuanto pueda para que los gastos no se aumenten? No; en ese punto el partido liberal ha dado pruebas de mayor energía que el partido conservador, porque ha tenido mayor resistencia que el partido conservador para oponerse al aumento de gastos, aun tratándose de aquellos que han sido propuestos por las Cortes.

Que no tenemos criterio fijo en cuanto a si debe concurrir o no España a la Exposición universal de París. Está S.S. equivocado. Hace ocho meses que el Gobierno dijo cuál era la conducta que se proponía seguir en ese asunto, y no la ha variado ni la variará.

Vamos a la cuestión arancelaria, en la que ha supuesto S.S. que yo tengo una opinión fija y constante, a pesar de las exigencias que han podido rodearme. Su señoría ha dado a entender que yo tengo el propósito de resolver la cuestión entre el libre cambio y la protección, a favor del libre cambio. Su señoría, que es tan docto y que además es tan listo que algunas veces de listo se pasa, sabe muy bien que la cuestión arancelaria no es hoy para el Gobierno una cuestión que haya de resolverse con el criterio librecambista o proteccionista. El Sr. Silvela sabe bien que no se trata sino de hacer cuanto sea posible, dentro de los buenos principios de gobierno, en favor de la agricultura y de la industria españolas, escogiendo los medios más a propósito para conseguir ese resultado. ¿Qué medios son esos? ¿Lo es la elevación de los aranceles?

A mi juicio, esa elevación de los aranceles no remediaría hoy por sí sola la crisis agrícola, y tengo la seguridad de que si el Gobierno y yo, a quien su señoría cree tan débil y tan flexible, nos hubiéramos dejado arrastrar por la primera avalancha que vino en sentido de la elevación de los aranceles, y esta elevación se hubiera hecho, ya haría tiempo que el país hubiera pedido que se anulara, y trato de evitar esto, porque no quiero entrar en la política de tejer y destejer. Hoy mismo, Sres. Diputados, si se elevaran los aranceles, haríamos desgraciados a muchos labradores que tienen que comprara trigo para sembrar.

No se trata, repito, de cuestiones de libre cambio ni protección; se trata de escoger los medios más eficaces para aliviar la suerte de la agricultura. En esto estamos conformes todos; los Ministros que se han salido, los que aquí estamos, el Sr. Gamazo, todos.

Estamos conformes en buscar los medios, porque el Sr. Gamazo, como nosotros, cree que en efecto la suerte del labrador es tristísima y hay que remediarla; pero el Sr. Gamazo cree que si no bastan otros medios, se debe empelar el de la elevación de los aranceles, y en eso está la diferencia: en que yo creo que el medio es contraproducente, porque al labrador no le conviene que se eleven los derechos arancelarios. (El Sr. Gamazo pide la palabra).

Ha tocado S.S. otro punto: la significación que pueda tener el general O'Ryan como Ministro de la Guerra. Lo único que puedo decir a S.S. es, que el general O'Ryan ha aceptado la cartera sabiendo la significación que tiene el Gobierno, lo mismo en la cuestión política que en la de reformas militares; y la ha aceptado con tanto mayor gusto, porque sabía otra cosa, y es, la opinión que tiene el Gobierno respecto del ejército, y la necesidad que hay de evitar, si existiese, algún antagonismo dentro de las altas jerarquías de la milicia, de hacerlo desaparecer y de calmar las pasiones; y para eso? (Un Sr. Diputado: ¿Por quién?). No lo sé; y si S.S. lo sabe, debe manifestarlo, porque así será más fácil al Gobierno poner remedio. Y como el general O'Ryan, por su historia militar, por su conducta irreprochable, por su manera de ser en el ejército, por la respetabilidad que en el mismo tiene, y por no haberse mezclado nunca en política, es una garantía para el ejército, el Gobierno ha creído que era un elemento poderosísimo para conseguir el resultado que todos deseamos. Pero el general O'Ryan es una persona formal que ha aceptado el Ministerio? (Risas). No sé que significan esas risas; lo que sé es, que ninguno de los que se ríen tiene la historia ni las glorias del general O'Ryan. (Muy bien).

Pues si ha aceptado el Ministerio sabiendo cuál es la significación del Gobierno, no hay que dar más explicaciones. ¿Qué quiere S.S.? ¿Tiene además S.S. derecho para venir a juzgar de las intenciones del general O'Ryan y a discutir sobre si ha admitido el puesto por estas o por las otras consideraciones? Desde el momento en que lo ha aceptado, es que acepta la política del Gobierno.

Por lo demás, todavía me extraña más en S.S. esa consideración, porque de algún Ministro de la Guerra del partido conservador me acuerdo yo, que se hallaba en las mismas condiciones en que se halla el general O'Ryan, que sin haber sido jamás conocido en la política de este país, aunque sí bien conocido en la vida militar, ha venido a ocupar dignamente un puesto en los Ministerios del partido conservador.

En realidad, yo no sé qué es lo que S.S. quiere que se haga de las reformas militares; pero sea lo que fuere, todas esas consideraciones que S.S. ha hecho, de que es arrojar una tea de discordia el poner en discusión las reformas militares, yo creo que debe dirigírselas a su digno jefe el Sr. Cánovas del Castillo, que ha discutido grandemente esas reformas militares, y las ha discutido con mucho gusto de la Cámara, porque en ellas ha hecho alarde de sus conocimientos técnicos, y no ha puesto reparo ninguno a la discusión, ni ha dicho jamás, como S.S., que las [4244] reformas militares van a traer la destrucción de la disciplina militar, y por tanto, una serie de desastres sobre el país. Cuéntele, pues, S.S. todo eso a su digno jefe, que no sólo las ha discutido, sino que ha admitido transacciones para discutirlas en toda su integridad, tal como las presentó el señor general Cassola. (El Sr. Cánovas del Castillo: Una vez presentadas). ¡Pues no faltaba más! (Risas). ¿Quería S.S. discutirlas antes de que fueran presentadas? (El Sr. Cánovas del Castillo: Siempre me opuse a la presentación de la totalidad de las reformas; pero una vez presentadas creí que había que resolver sobre ellas). Pues eso es lo que creo yo; de manera que creemos lo mismo.

Lo que hay es que S.S. no dice lo mismo que el Sr. Silvela, que indica que no se debe resolver sobre ellas. (El Sr. Cánovas del Castillo: Se queja de que no se resuelva). Pues vamos a resolver. ¿Cómo quiere S.S. que las resolvamos? Ya se hará al fin, porque de la misma manera que no se han podido terminar otras cuestiones, tampoco se ha llegado a resolver el problema de las reformas militares. ¿Qué es lo que el Sr. Silvela quiere que haga yo con las reformas militares? En la próxima legislatura, en la inmediata reunión de Cortes, podrá S.S. exponer todas las observaciones que estime oportunas; pero entre tanto, no hay inconveniente en que las reformas queden aplazadas hasta esa fecha, puesto que antes no se han podido discutir; de la propia suerte que no hay ni ha habido inconveniente en que así suceda en otros países, porque en todos las reformas de esa importancia no se discuten y aprueban en una sola legislatura, sin que por ello ocurra nada en el ejército ni se hunda el país; al contrario, cierta clase de reformas necesitan tiempo para la misma madurez de la discusión y para la propia autoridad de las leyes, una vez aprobadas.

Pero sea de esto lo que quiera, lo que me extraña es que S.S. venga a sentar doctrinas contrarias a los hechos, o a lo menos a las establecidas por hechos de su digno jefe el Sr. Cánovas del Castillo. (El Sr. Cánovas del Castillo: Pido la palabra).

Y como veo que este debate se va prolongando mucho, y hay varios Sres. Diputados que tienen pedida la palabra; como estoy además muy fatigado, concluyo ahora y me reservo para cuando conteste a esos Sres. Diputados el tratar de algunas otras cuestiones que todavía tengo que debatir con el señor Silvela. [4245]



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